En el año 1453 d.C., el Imperio Bizantino llegó a su final con la caída de Constantinopla a manos de unos guerreros nómadas conocidos como turcos otomanos.
El control político bizantino sobre la Grecia continental se perdió definitivamente hacia el año 1460, mientras que las islas resistieron a manos venecianas y genovesas algún tiempo más. De hecho, la destrucción del Partenón cuyas ruinas visitamos hoy en Atenas fue producto de un bombardeo veneciano en 1687.
Mapa de Grecia del siglo XVI por Nikólaos Sofianós, autor de la primera gramática griega de la Modernidad.
Desde el punto de vista lingüístico, lo llamativo de la “turcocracia” -como la llaman los griegos- fue que toleró que sus súbditos griegos mantuvieran su propia lengua. Las razones de esta supervivencia quizás se encuentren, por un lado, en el prestigio que guardaba la lengua griega, entendida como la condensación misma de la cultura helénica; y por otro lado, en el hecho de que el griego fuera el idioma del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, sede del patriarca y de la jerarquía eclesiástica más importante de la Iglesia Ortodoxa, quienes posteriormente garantizaron la lealtad de sus fieles al Estado otomano.
Sea por la razón que fuere, esta política del Imperio evitó la desaparición de la lengua griega y permitió que continuara su desarrollo hasta nuestros días. Durante todo el período de ocupación otomana, la lengua griega mantuvo su característica diglosia, es decir, la coexistencia de dos registros: uno culto, heredero del griego ático, que en el siglo XIX pasó a llamarse καθαρεύουσα (kazarévusa); y una variante informal, de uso popular, conocida en principio como κοινή (común) y posteriormente como δημοτική (demótico). Esta convivencia de registros permanecerá hasta las últimas décadas del siglo XX.
La caída de “La Ciudad” -como se conocía a Constantinopla-, obligó a muchos griegos, algunos de ellos muy cultos, a huir hacia occidente, dando lugar al fenómeno conocido como diáspora helénica. Estos griegos llevaron consigo la lengua y cultura griegas y las enriquecieron con nuevos aires. La influencia del humanismo sobre la población griega en la diáspora permitió, por ejemplo, que Kerkireos Nikolaos Sofianós escribiera en Venecia la primera gramática del griego común en 1540. Se puede encontrar la primera versión publicada en 1870 en este enlace.
Literatura en la modernidad temprana
En las zonas bajo dominio latino (genoves, franco o veneciano), como el Dodecaneso, Chipre o Creta, la producción de textos literarios continuó sin ser esencialmente influenciada por la conquista otomana. Entre fines del siglo XVI y el año 1669, momento en que Creta cae a manos otomanas, se produce el auge de la literatura en dialecto cretense.
Las obras, inspiradas en la literatura renacentista, tenían por temas el amor, la moral contemporánea en clave satírica, la fugacidad de la vida y la muerte misma. De todas ellas, la creación más importante fue la epopeya titulada Erotókritos. Su autor, el poeta Vitsentzos Kornaros (1553-1613), es considerado uno de los representantes más importantes de la literatura cretense.
Erotókritos, ambientada en la Atenas de la antigüedad, gira en torno al amor entre dos jóvenes, Rotócritos y Aretousa. Rotócritos, el hijo del consejero del Rey, le canta su amor imposible a la princesa Aretousa bajo su ventana, quien poco a poco se enamora de este enigmático poeta. Algunos de sus versos en su lengua original han sido musicalizados por el compositor cretense contemporáneo Nikos Xilouris:
La producción literaria del helenismo en las zonas bajo dominio otomano se conoce de manera limitada hasta la primera mitad del siglo XVI. Por el contrario, sabemos que a partir de la segunda mitad del siglo XVI, el pueblo griego esclavizado comienza a tener mayor actividad intelectual, gracias al importante rol que jugó la Iglesia y su “humanismo eclesiástico”.
El mayor exponente del humanismo eclesiástico fue Kírilos Lúkaris (1572-1638), Patriarca de Alejandría y luego de Constantinopla, y fundador en 1627 de la primera imprenta del helenismo bajo ocupación otomana. Aunque los primeros textos tuvieron un carácter eclesiástico y reaccionario, la introducción de la imprenta en términos generales fue fundamental para el desarrollo y la divulgación de los textos producidos por los grupos revolucionarios independentistas griegos.
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